Referentes Clásicos

En este blog se publican los trabajos de los alumnos que cursan la asignatura Referentes clásicos de las manifestaciones culturales modernas en el IES Misteri d'Elx durante el curso 2014-15

domingo, 15 de mayo de 2016

Tiempos de inocencia

Si entre los mortales ha habido alguna vez deidades cuya historia es tan conocida como la de uno mismo, esos han sido los dioses de la Grecia antigua. Conocemos de ellos sus nacimientos, sus aventuras y sus deslices amorosos, a veces su juventud pero, en muy pocos casos conocemos su infancia.

Para poneros un ejemplo, podemos hablar de Dioniso. El dios del vino y las bacanales es famoso en cada rincón del planeta por su afición al licor y su séquito de ménades y sátiros. Conocemos su nacimiento (los dos que tuvo) y también sus hazañas de juventud. Pero, ¿qué hay de su infancia? Sólo que el dios mensajero Hermes fue el encargado de su crianza ha llegado hasta nuestros días acerca de los años más dulces del dios. Pero hay mucho más en aquel tiempo de inocencia.

Hemos querido recuperar, para todos aquellos que tengan curiosidad por conocer algo más de la vida del dios, algo que los libros de mitología no han recogido a lo largo de los siglos, un pequeño relato sobre cómo el exótico dios llegó a manos del que sería su cuidador hasta la juventud; Hermes.


«El bebé miró de forma distraída a Zeus y acto seguido sus ojos se fijaron en Hermes, el cual observaba con cierto recelo como el dios del rayo fruncía el ceño.
Por lo que Hermes sabía, el dios y dioses tenía todavía muy presente la ausencia de Sémele y seguramente podría apreciar rasgos de la joven en el niño. ¿Cuántos meses habían pasado desde que la muchacha había sido carbonizada por el fulgor divino? Más de siete, de eso estaba convencido. ¿Nueve? Era lo más probable. Tenía entendido que los embriones humanos necesitaban ese tiempo para desarrollarse por completo y formar así una pequeña y completa criatura.
Bajó la mirada hacia el pequeño que, en brazos de su padre, sujetaba la túnica de Zeus con sus pequeñas manitas.

En sus robustos brazos Zeus llevaba a un recién nacido de piel pálida, ojos claros y escaso cabello que brillaban bajo la luz de Helios con el color del bronce. Seguramente acabaría luciendo unos hermosos rizos castaños, iguales que los de su fallecida madre. El bebé tiró un poco más de la túnica del dios y soltó una breve pero aguda risa, que provocó una sonrisa ladeada por parte de su progenitor.

—Te encargo a mi hijo, Hermes. —La grave voz de Zeus le sacó de sus pensamientos. El dios del rayo ya no sonreía y el mensajero se preguntó cuánto tiempo había estado observando embelesado al pequeño. Alzó la mirada y asintió con rapidez, esperando más órdenes por su parte—. Deberás buscarle un lugar seguro para que pueda crecer sin problemas.

— ¿Vuestra esposa lo sabe? —Aquella pregunta escapó de su garganta antes de que pudiera detenerla. Para su alivio, la gran represalia que había esperado nunca apareció y la única consecuencia de su descaro fue que el ceño fruncido de Zeus se acentuara un poco más.

— Yo me encargo de Hera, tú tienes mayor problema.

— ¿Tenéis alguna sugerencia?

Zeus se llevó una mano a la espesa barba grisácea, mesándola con suavidad. Tras unos minutos de silencio, contestó con convicción.

— El monte Nisa me parece un buen lugar; las híades siempre han sido muy serviciales y… discretas.
— Allí será llevado sano y salvo.
— Más te vale.

Sin añadir palabra alguna o dar a Hermes alguna explicación para su decisión, Zeus se dio la vuelta y susurró algo al bebé, que había quedado dormido durante la conversación que habían mantenido ambas deidades. Agudizando todo lo posible su oído, el dios de los ladrones captó unas breves palabras del discurso del dios.

— ...tienes los ojos de tu madre...

Hermes apretó los labios. Tal vez Sémele significaba más de lo que imaginaba para Zeus. Pero no tuvo oportunidad de divagar mucho más sobre el tema. El dios del rayo se dio la vuelta y le entregó con delicadeza a la criatura antes de que él pudiese perderse demasiado en sus pensamientos. Por la dura expresión de Zeus imaginó que aquella breve conversación con el pequeño había sido una despedida. Hermes suspiró. Ya se sabía, las despedidas nunca han sido sencillas ni indoloras. Ni siquiera para un dios.

Sin querer permanecer allí durante más tiempo, Hermes se puso en marcha con la rapidez que sus sandalias le daban, perdiéndose de vista entre las nubes».

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