Rimbaud consagró vida y obra a
convertirse en el poeta definitivo, superior a la vida misma, a transformarse
en definitiva en un dioniso de la poética. Como dijo Baudelaire la misión de su
obra era “hacer el mal y sobre todo, ser consciente de ello”. De igual forma
Rimbaud se sostiene en el Mal (en mayúscula, como potencia absoluta) para
trascender en la vida virando hacia el lado salvaje, el dionisíaco, el
“supranatural” del que hablaba el poeta que según él era “mi único Dios”. Y
para esta causa se transforma de forma racional en un ser maldito y bohemio,
mano derecha del demonio, el verdadero instructor del arte.
En este aspecto la esencia se basa en
la fijación de vértigo. Con esto se refiere al título “Iluminaciones” y en
realidad alude al rito dionisiaco y al culmen de la tragedia greiga cuando el
espectador llegaba al éxtasis o al “vértigo”; al punto trascendente de la vida,
el momento exacto en el que se pasa de la razón al estado dionisiaco de la
naturaleza: el surrealismo,; una realidad superior en la que se muestra todo en
el fondo de su existencia tal cual es (inspirado por Baudelaire y Swedenborg
(autor de las correspondencias) en
Platón).
Es en ese instante cuando se crea el
símbolo, la imagen universal e imperecedera, cuando se llega por fin, como los
chamanes, a la iluminación y se convierte en vidente. Como explica Nietzsche el
proceso para alcanzarlo es la locura, la música, las drogas, la embriaguez caer en una actitud
salvaje, como la que profesaba Rimbaud pero jamás se intenta reprimir porque se
podría convierte en una condena existencial (la náusea de la que hablan Camus o
Sartre).
Como ejemplificaba el alemán en el
comienzo de “El nacimiento de la tragedia” con el cuadro “La transfiguración”
de Rafael, el éxtasis, ese vértigo rimbaudiano, es el poder dionisiaco; sin
embargo, la aparición de la imagen revelada, de la iluminación en forma
figurativa es puramente apolíneo; y Rimabud habla de “fijar”, por tanto, se
refiere a plasmar esa aparición mística en un poema, que solo puede ser
mediante la alquimia de un nuevo verbo de forma consciente e intelectual en
realidad.
En conclusión, Rimabud, como el poeta
supremo, como el superhombre, como hizo Baudelaire, se afirma tanto en lo dionisiaco como en lo apolíneo.
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