Ambos convivieron juntos durante el tiempo
suficiente como para que él se enamorara perdidamente de ella. Por su parte,
Pandora desconocía que era ese sentimiento que invadía su estómago cada vez que
Epimeteo le dirigía una sonrisa o esa sensación agradable que se presentaba en
su pecho cuando recibía una de sus caricias. Ignorante y confundida respecto a
dicho tema, la doncella lo dejó pasar. Al fin y al cabo, aquello no le
preocupaba por el momento: su mente estaba demasiado ocupada pensando en qué
debería hacer a continuación. Ya había cumplido su objetivo; a simple vista se
veía el amor que sentía el hombre hacía a ella. ‘’Y ahora, ¿qué?’’, se
preguntaba constantemente, esperando una señal por parte de los dioses que no
llegaba nunca. Si ya había cumplido su cometido, ¿qué debía hacer ahora?
Colmada de mimos por parte de Epimeteo,
con el tiempo acabó olvidando a los dioses y empezó a dar más importancia a ese
sentimiento que crecía con una pasión desmedida en su interior. Nunca se lo
había comentado a su compañero, pero Pandora empezaba a suponer que él sentía
lo mismo. ¿Era eso lo que llamaban amor? ¿Sería aquello lo que había provocado
en Epimeteo?
La pregunta se esfumó de su mente cuando
él apareció en la habitación con un aura de nerviosismo y ansiedad. Preocupada,
no tardó en preguntarle el motivo de su evidente malestar.
—Debo preguntarte algo importante, y no sé
cómo hacerlo —comenzó el titán, que continuó su discurso ante una confundida
Pandora —. Sé que no hace tanto tiempo desde que el divino Zeus te entregó a mí
como el regalo más precioso que alguien ha recibido alguna vez de los dioses. Y
sin embargo se me antojan siglos los días que he pasado a tu lado. Y, por
favor, no debes poner en duda mis palabras cuando aseguro que pasaría mil
siglos si fueran a tu lado.
Hubo una escueta pausa en el discurso de
Epimeteo, pero Pandora permaneció en silencio, incapaz de pronunciar una sola
palabra ante la devastadora sinceridad de su compañero.
—Y es eso, Pandora, lo que quiero
decirte... pedirte —se corrigió — ... lo que quiero pedirte hoy. Así que, dime,
¿me otorgarías el honor de pasar el resto de nuestra vida conmigo, siendo mi
esposa?
La doncella, abrumada por tantas (y
repentinas) emociones, alcanzó a dar una respuesta que provocó la inmensa
alegría del titán.
El
evento se difundió con rapidez. No tardaron en llegar los presentes por parte
de los dioses: algunos eran muy extravagantes y otros por el contrario muy
sencillos, pero el que más llamó la atención de Pandora fue un ánfora que había
ido a parar al dormitorio que compartía con Epimeteo. Desde el momento en el
que vio aquella vasija no pudo pensar en otra cosa que en abrirla. La muchacha
desconocía por qué ese sentimiento de curiosidad crecía y crecía con el paso de
los días, pero juraría que había algo dentro. Incluso se había tomado la
libertad de transportarla a otro lado de la habitación y había comprobado que
pesaba más que un ánfora normal. Definitivamente, debía tener algo dentro.
Llegó
el día en el que, hastiada por su curiosidad, se encontró a sí misma ante la
vasija. Por un lado deseaba abrirla más que cualquier otra cosa en el mundo,
pero por otra parte pensaba que tal vez no fuera una buena idea. Se suponía que
precisamente aquella ánfora era un regalo de bodas para Epimeteo, no sería
correcto que lo abriera ella. Sin embargo, tras otro instante de vacilación,
alargó la mano hacia la vasija.
Y finalmente,
la abrió.
Creo que demuestra usted una notable inspiración, como no podía ser de otro modo al ponerse bajo el patrocinio de tan sensible musa. Se nota un excelente dominio del lenguaje, fruto sin duda de una práctica asidua en los tan deleitosos como arduos quehaceres literarios. Tan solo le recomiendo que, al menos para las entradas de este blog, tenga en cuenta el sabio consejo de mi paisano Gracián: "lo bueno, si breve, dos veces bueno".
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