Abrir los ojos. Eso fue lo primero que
hizo Pandora al nacer, tras ser modelada por Hefesto. Ante ella se encontraban
dos mujeres, o mejor dicho, ella estaba ante las dos diosas. Intimidaban
terriblemente a la joven, desprendiendo un poder y una energía que no era
comparable a nada que Pandora hubiese conocido con anterioridad. Aunque había
que resaltar que apenas llevaba viva unos instantes, lo que hacía que aquel
mérito no fuese tal. Pero, a pesar de todo, la presencia de Afrodita y Atenea
resultaba sobrecogedora.
Con un inexistente sentido del pudor
permaneció sin ropaje alguno ante ellas, sosteniendo alternativamente sus
miradas, hasta que la más bella de las dos se acercó. Sus movimientos
alcanzaban en desenvoltura al más elegante felino y superaban en gracia al más
bello de los cisnes, hecho que impresionó a Pandora, que permaneció inmóvil en
el sitio, como una bella escultura.
Afrodita le miró de arriba a abajo con una
ceja enarcada, y recorrió las caderas de la joven con sendas manos, de forma
suave. Un escalofrío recorrió a Pandora, desconociendo que aquella caricia por
parte de la diosa le había otorgado una gracia y sensualidad que, sumados a su
aspecto, la convertía en uno de los seres más bellos del cosmos.
La diosa de la belleza se retiró, y fue
Atenea quién dio un paso al frente. Al contrario que la anterior deidad, ella
no desprendía erotismo o concupiscencia alguna, sino que rebosaba fuerza e
inteligencia. La expresión de su rostro era más enigmática que el de La
Gioconda, que sería creada siglos después de aquel encuentro divino.
La diosa de las artes se acercó a Pandora
y rozó su sien con las yemas de sus dedos, que se le antojaron fríos. La
doncella aprendió en unos segundos el dominio de las artes relacionadas con el
telar, gracias a ese leve roce. Después de aquello, las tres Gracias y las
Horas (la joven desconocía cuando habían aparecido, pues se había quedado
absorta con la presencia de la diosa) junto con Atenea, la adornaron con
diversos atavíos.
Pandora acarició la tela de su nueva
vestimenta, sintiendo el suave tacto entre sus dedos. Se preguntaba de qué
material estaría fabricada y quién lo habría tejido. Tan inmersa estaba en esa
simple labor que no vio acercarse al heraldo de los dioses, a aquel joven dios
patrón de los pastores y los oradores, pero también de la astucia de los
ladrones y del arte de la mentira. Acercándose a ella y sin demasiados
miramientos, apoyó una mano sobre el corazón de la joven y otra sobre su
frente. El contacto, tal como había sucedido anteriormente con las dos
deidades, apenas duró unos segundos. Sin embargo, Pandora obtuvo mentiras y
seducción en su ánimo, además de un carácter inconstante.
Después de ser dotada con estos dones
(tanto positivos como negativos) fue llevada ante Zeus. El poder que emanaba de
los dioses anteriores no era comparable al del dios de los cielos, que poseía
un poder colosal, exorbitante e incomparable. Pandora sintió deseos de
desaparecer del lugar para no ser observada por él, pero en lugar de mostrarse
cohibida o retraída hizo justo lo contrario. Haciendo uso de la gracia otorgada
por Afrodita, convenció a Zeus que estaba lista para la tarea que le habían
designado: conquistar a Epimeteo. Así fue como Pandora fue entregada al
titán. Para no desencadenar la ira de Zeus, Epimeteo la aceptó como presente.
Soy una gran admiradora suya y de su modo de escribir. De nuevo me encanta su relato y estoy deseando continuar con la segunda parte.Saludos.
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